lunes, 4 de abril de 2011

Pero él sí los obra.

Echo de menos mi banjo. Lo dejó listo hace unos días pero ayer Xarim probó una afinación distinta y el clavijero estaba tan desnutrido que se desmayó. No sabíamos qué darle así que lo hemos vuelto a llevar al doctor y ahora le van a hacer un transplante de clavijas. No encuentran de las suyas a precios asequibles, así que me temo que vamos a crear un Frankenstein, y PomPom va a ser además del banjo más corto, bastardo y peculiar del mundo, un banjo con dedos de guitarra.

Tiene mi corazón... Es rudo y endeble, histriónico y dulce, agresivo y melancólico en el porche, alegre y borrachuzo con una cerveza en la mano y un público jaranero. Es un árbol seco que se resiste a morir, un banjo es un instrumento subnormal que se niega a ser menos y por tanto hace lo que puede con lo poco que Dios le dio, y grita más que nadie porque no sabe cantar,
invoca a la tierra porque los dioses no le escucharían, y llora como un niño pequeño porque no tiene ninguna manera de defenderse. No tiene recurso alguno, no puede decir mentiras, no puede esconderse o camuflarse, sólo puede ser lo que es y por eso amo a este bicho débil y feo, limitado y contrahecho, un palo y un cubo con el que nadie hizo un milagro.

1 comentario:

  1. Yo tenía un banjo, igual que otros tenían un corderito, o sea: le quería mucho pero no supe cuidarlo; y se moría, claro. Nunca aprendí a afinarlo ni a tocarlo). Al final sonaba a notas de guitarra. Se lo regalé a mi sobrino aquella tarde que sin despeinarse tocó -cual hillbilly en "Deliverance"- "Feudin banjos".
    Hace poco escuchaba lo que alguien de "Los Lobos" llamó versión country de "Tiene que llover" de Pablo Guerrero, esto es, a Nuestro Pequeño Mundo; y eché de menos el banjo ( a lo mejor era la época).
    Me reanimé escuchando una vez más el disco "Maika Makovski".
    Carlos G

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